• Periodismo y miradas desde dos culturas...

    De libros y letras bolivianas

    Más títulos, más autores, más editoriales, más concursos y más ferias son los ingredientes de uno de los fenómenos culturales más perceptibles de los últimos años en la literatura boliviana. Salvando las distancias, la movida en el sector editorial local refleja en parte el actual estado de ebullición de las letras latinoamericanas al impulso de la tormenta digital que trajo nuevas dinámicas y circuitos de publicación en el escenario global del libro, la acometida de los consorcios editoriales españoles –esperanzados en ampliar su mercado para la producción en castellano– y las políticas de fomento a la lectura por parte de algunos gobiernos.

    Entre 2000 y 2011 la piratería provocó la salida del 24% de los asociados a la Cámara Boliviana del Libro, no obstante, la producción de libros de variado género y presentación fue en expansión. Los datos publicados por el Programa de Investigación Estratégica (PIEB) señalan que el 2009 se publicaron 900 títulos nuevos y que la tendencia se mantuvo en ascenso en los siguientes tres años.

    “Pero no todos los afiliados a la Cámara Boliviana del Libro son editoriales, son más bien libreros. Por otra parte, la piratería es casi un tema zanjado para las pequeñas editoriales bolivianas porque su oferta está dirigida a un público pequeño y tiene precios accesibles. Los que tienen problemas con la piratería son las librerías y las grandes editoriales que venden o producen textos educativos, best-sellers y textos masivos”, aclara Alexis Argüello, uno de los editores bolivianos emergentes más singulares dentro de la producción independiente. Sus argumentos explican la contradicción que se da en el sector.

    La movida en el sector supone sin embargo cifras muy humildes: el libro más vendido de la Feria Internacional del Libro de La Paz (FIL) 2015, correspondiente al género de narrativa contemporánea, sólo llegó a mil ejemplares, pese al buen precio (60 Bs, 6 Euros al cambio). Incluso una cifra tan modesta provoca dudas y se las supone “bastante infladas” entre quienes conocen el negocio. Oficialmente, las editoriales de peso no superan el centenar de títulos publicados por año y los tirajes son menores a 4.000 ejemplares. En Bolivia se sabe: si las ventas superan los mil ejemplares, se anuncia reedición de otros mil y se descorcha el vino; se convierte en el best-seller del año y así se asegura su buen cartel para los siguientes años.

    Argüello, además de gran conocedor de la evolución de las letras bolivianas es librero y fundador de la editorial Sobras Selectas. Desde su experiencia asegura que las pequeñas editoriales publican sólo entre dos a seis títulos al año. En negocios, todo es cálculo: se estima que el 45% de la población boliviana lee en promedio 1 libro por año, según una encuesta realizada por IPSOS. El mismo dato hace concluir que el boliviano promedio lee medio libro al año.

     

    La edición boliviana y sus momentos

    En Bolivia la Guerra del Chaco fue la que encendió la llama creativa entre los escritores y la que desencadenó uno de los mayores momentos en la historia de la edición local. El trauma de la contienda trajo historias y engendró la búsqueda de una identidad nacional. Fue el primer momento de las auto publicaciones en el país, es decir, de la publicación de libros financiados por sus propios autores. ¿Pero quienes son los actuales protagonistas del mercado editorial boliviano?  Después de un largo dominio hasta los años 90 de la Librería Editorial Juventud y de la Editorial Los Amigos del Libro (impulsor del Premio Erich Guttentag, señalado incluso hoy como uno de los más prestigiosos de la literatura boliviana por su rigurosidad), devino una inflexión hereditaria o “ruptura generacional” que puso el pasto para el surgimiento de nuevos actores: así nacieron Plural Editores, Librería Editorial Gisbert (con publicaciones más familiares y desarrollada con fuerza en su brazo librero), Kipus, El País y La Hoguera para gobernar el negocio local de los libros hasta hace muy poco.

    Casi en paralelo con la tormenta digital sobre el mercado del libro a nivel mundial, en el último decenio surgieron en el país pequeñas editoriales como El Cuervo, Nuevo Milenio, La Perra Gráfica, Sobras Selectas, Género Aburrido, La Mariposa Mundial (especializada en rescatar la obra empolvada de autores bolivianos desaparecidos), incluidos proyectos de vida corta como el de Gente Común que a su vez originó el nacimiento de la Editorial 3.600. El surgimiento de nuevos pequeños actores en el mercado editorial es un fenómeno que se ha dado en la mayoría de los países de la región y que en Bolivia está ya marcando presencia y adoptando su propia dinámica.

    Desde la perspectiva de los ´recién llegados`, la irrupción de las pequeñas editoriales es un fenómeno perceptible en el país pero, sin embargo, son prudentes al referirse a los efectos de su presencia en el mercado y al negocio de los libros en general: “Hablar de ebullición sería sobredimensionar las cosas que están ocurriendo en el campo editorial boliviano”, según Antonio Vera, editor al mando de la Perra Gráfica.

     

    Editores versus editores

    Lo más importante para los jóvenes editores es la construcción del prestigio: “Pensamos que el negocio puede funcionar, sobre todo gracias a redes de contactos que estamos trabajando dentro y fuera del país, pero hay temor e incertidumbre en el sector; nadie quiere empezar como editor y acabar como imprenta o en proyectos híbridos –editoriales que cobran a los autores por publicar sus obras– por lo tanto estamos obligados a ser muy exigentes con los contenidos”, sostiene Argüello.

    Para las editoriales ya establecidas, la presencia de los nuevos competidores parece no despertar grandes susceptibilidades; arriesgando, tal vez más bien expectativa porque las pequeñas editoriales podrían dinamizar el mercado al atender y atraer  a nuevos lectores. En sentido estricto, casi no son competidores; las separa y define su oferta de contenidos, públicos y precios. Con excepciones, los editores medianos y grandes están concentrados en la publicación de textos históricos y ensayos sociológicos o políticos (algunos en ediciones de tapa dura y con precios relativamente altos), pensados sobre todo para públicos locales más adultos. Las pequeñas editoriales por su parte optan sobre todo por subgéneros como el cuento y la crónica (de tipo periodístico en particular), aunque sin descuidar a las novelas inscritas dentro del género de narrativa contemporánea, y tienen la ambición de llegar a públicos jóvenes dentro y fuera del país.

    En un contexto global, es decir, hablando de lo que sucede en todo el mundo, Vera es un convencido de que la lucha entre editoriales maduras y jóvenes está hoy en la atracción de autores promisorios: “Si bien las editoriales grandes tienen su propia línea, también buscan escritores vendedores”.

    Algunas de las editoriales veteranas basan su negocio en los réditos de sus propias imprentas; otras incluso tienen la posibilidad de llegar al mismo lector a través de sus librerías. “Esa situación es la que hace la diferencia. El Cuervo fue la editorial que trajo un nuevo modelo de hacer las cosas, es decir, de profesionalizar la edición y de cuidar a sus autores. Algo que no se hacía antes en Bolivia”, apunta Vera. Siguiendo el concepto desarrollado por El Cuervo, La Perra Gráfica ha publicado este año Temporarias (Emma Villazón), Génesis 4:12 (Adhemar Manjón) y Desvelo (Saúl Montaño).

     

    Miradas de ida y vuelta

    Por autores como Rodrigo Hasbún, que han logrado fichar para colosos como Random House con Los afectos –la novela boliviana mejor lograda de los últimos tiempos–, se espera que otros autores locales consigan atraer la mirada extranjera hacia su producción, “a pesar de que Random House no ha instalado oficinas en Bolivia, como lo ha hecho en Buenos Aires, Santiago o Lima”, se lamentan algunos editores de la nueva guardia.

    © T. Torres-Heuchel“Sin duda es un buen momento para la literatura boliviana. Hay mucha curiosidad por Bolivia. Es un país que está en el foco de atención por diversos motivos, tanto culturales como sociopolíticos; hay gran interés por sus autores en el exterior. Sé de un grupo en Córdoba (Argentina), denominado Grupo de Estudios sobre Narrativas Bolivianas, que se ocupa de la obra de Jaime Sáenz, pero también  de muchos otros autores de la narrativa boliviana; publican estudios, papers, organizan cátedras, invitan a nuestros autores y vienen a Bolivia. Otros autores latinoamericanos como Carlos Yushimito llegan al país y descubren la obra de Sáenz, por ejemplo”, apunta Vera.

    Pero no sólo es la conciencia de estar bajo el foco lo que hace que los editores pequeños apunten su mirada fuera de las fronteras, también están los números y los hábitos de consumo: según una estimación no oficial en Bolivia existirían sólo 30 librerías; la alarma llega cuando se confirma que Santa Cruz (una de las urbes más pobladas del país con 2.655,084 habitantes y con los malls más modernos gracias a su alto perfil de consumo)  tiene –irónicamente– sólo dos librerías. Un mercado interno tan reducido  obliga a mirar desde todas las ventanas posibles hacia afuera.

     

    Cuento en auge

    Entre los editores jóvenes puede haber incertidumbre respecto al mercado local y algo de modestia en relación a su rol en la nueva dinámica de publicaciones y autores, pero hay una certeza de consenso: el cuento es uno de los subgéneros de mayor auge en Bolivia, coincidiendo con lo que actualmente ocurre en la región en cuanto a géneros literarios.

    Para muchos, el subgénero tiene la ventaja de descontar los gastos de promoción en los medios de comunicación, a causa de la visibilidad de los concursos, y de compensar los riesgos y realidades de una publicación: bajas ventas y bajos réditos (entre el 6 y 10 por ciento por derechos de autor por libro vendido, más 100 ejemplares gratuitos de la obra). Los ganadores de concursos destacados tienen prensa asegurada, además de montos que van desde los 2 mil dólares a los 100 mil que les permiten alimentar el talento hasta la siguiente obra, según datos publicados por la prensa local.

    Se estima que un autor novel demora más de dos años en la producción de un libro de calidad. Los amigos de Wilmer Urrelo, antiguo editor de textos escolares en una de las editoriales transnacionales del país, y reconvertido hoy en una de las mayores promesas de la literatura boliviana, señalan que el escritor se toma alrededor de cuatro años para una novela. ¡“Pero qué novela”!, agregan. Es un dato casi fuera de órbita pero permite ilustrar la situación actual de los jóvenes escritores bolivianos. Todos los escritores invierten mucho tiempo, pero no todos ganan concursos ni todos se apuntan a ellos.

     

    El libro como entretenimiento

    En parte como efecto del vuelco conceptual global de la literatura –de bien cultural a producto de consumo que debe competir en el mercado del entretenimiento– y también como resultado de las políticas gubernamentales y privadas de fomento a la lectura (muchas veces en la búsqueda de la construcción de una identidad nacional o en apoyo a causas de género, etnia o de grupos desvalidos), tanto consorcios editoriales internacionales y organizaciones estatales o privadas han multiplicado las convocatorias a concursos literarios a nivel regional. Es la réplica de lo que se sucede a nivel mundial.

    Ni las editoriales, ni las fundaciones, ni los gobiernos pasan por alto el hecho de que a través de productos para masas no sólo se abren o amplían mercados, sino que también se llega al corazón de los lectores y su sociedad. Fuera de Bolivia muchos escritores están explotando la ficción y los asesinatos a sangre fría para articular discursos de denuncia social. En ese sentido, las novelas y cuentos se presentan como un campo fértil para sembrar letras subversivas o justificativas.

    En ese sentido, la percepción de efervescencia en el sector editorial boliviano está también alimentada por la mayor cobertura mediática de las ferias de libros a nivel local y regional, y por la proliferación de concursos literarios dentro y fuera del país. “No es que hayan hoy más ferias; siempre estuvieron ahí. Para nosotros las importantes siguen siendo las internacionales de Guadalajara, Buenos Aires y Bogotá”, asegura Argüello. En un país que respira política, las notas culturales alivian la agenda, los premios internacionales –como las victorias en el futbol– inyectan optimismo al país y los rostros de escritores mediáticos alegran el ojo. El libro es hoy entretenimiento también desde los medios.

    Por su parte, si bien el gobierno boliviano patrocina la presencia de las editoriales nacionales en las  exposiciones internacionales con el fin de apoyar el posicionamiento de la oferta literaria del país y visibilizar al nuevo Estado Plurinacional de Bolivia, sus acciones aún están distantes de lo que hacen algunos de sus pares de la región. Cuando Colombia asiste a ferias internacionales de libros lo hace llevando un portentoso catálogo de títulos, libros, además de gran comitiva de autores y editoriales. De todas formas, la presencia boliviana en las exposiciones internacionales de letras merece gran atención mediática en el país con relación a épocas pasadas.

     

    Autores en la mira

    Desde donde se mire, la movida en el sector editorial en Bolivia parece tener de momento un claro ganador: la creatividad local. Cada vez aparecen más autores noveles (sobre todo mujeres que escriben en la región oriental del país o en el exterior): Liliana Colanzi, Giovanna Rivero, Magela Boudoin, Anabel Gutiérrez,  Isabel Suárez Maldonado; también se observan luminosas cometas, como Alison Spedding (británica de nacimiento), en la región occidental del país. Otros que vienen irradiando desde los años 90 y algunos más frescos, pero con nutrido catálogo: Edmundo Paz Soldán, Rodrigo Hasbún, Wilmer Urrelo, Sebastián Antezana y Maximiliano Barrientos  u otros meteoritos como Christian Vera con el destello de una sola obra: El profesor de literatura/Click.

    A pura vocación, esfuerzo o ego (en el mejor sentido de la palabra), la mayoría de estos autores están casi obligados a participar en cuanto concurso literario les cruce. Los premios no son nada desdeñables: el Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez 2015 le dio a Magela Boudoin 100 mil dólares por La Composición de la sal (ya el 2014 había sido un buen año para esta autora al recibir el Premio Nacional de Novela Alfaguara, que supone 15 mil dólares, por El sonido de la H); Cosecha Eñe de la revista española Eñe, especializada en literatura, fue un premio que le deparó dos mil Euros a Giovanna Rivero por el cuento Albumina; Liliana Colanzi  obtuvo el Premio Internacional de Literatura Aura Estrada 2015, que le dejó 10 mil dólares, por un texto inédito; Isabel Suárez obtuvo el primer puesto en el Concurso No Municipal de Literatura 2015 –un evento de carácter alternativo– por su libro Caja de Zapatos y se endosó algo más de 350 dólares. A excepción de la tarijeña Anabel Gutiérrez, que escribe poesía, las demás optaron por explorar el cuento; subgénero de mayor rédito en los concursos literarios.

    En un campo ampliado, según Argüello, en la actualidad existen tres tipos de autores en Bolivia. Los de concurso, aquellos que buscan trascender en el tiempo a través de su obra y los “pagadores de cuentas con el pasado” (quienes dejaron la vocación en suspenso para asegurarse una profesión de sustento y que gracias a sus réditos pueden pagar hoy la publicación de sus obras). Cada quien tiene su mérito, incluso quienes se auto publican –dar a luz una obra no es tarea sencilla y eso lo saben quienes trabajan con letras–, aunque son los primeros y los segundos son los que parecen atraer la atención de los nuevos editores.

    Pero la efervescencia del sector con una ampliación de la oferta y  buenos precios devenidos del bajón en los costos de producción a causa de la digitalización, no supone automáticamente una elevación en la calidad de los contenidos. Incluso muchas obras laureadas son para el olvido. Como repiten voces en el sector:  “A la literatura le hace falta un héroe contemporáneo que inicie una tradición literaria e hilvane una identidad nacional”. Argüello apunta: “Jaime Sáenz no es suficiente. Como en Argentina, es necesario tener dos referentes paralelos/opuestos como Jorge Luis Borges y Roberto Arlt para encausar y definir la producción literaria boliviana”.

    Para los jóvenes editores bolivianos, independientemente de los autores galardonados, el héroe trascendental de la literatura boliviana aún no ha nacido, aunque tal vez esté en ciernes. ¿Llevará lentes y cabeza rapada? ¿Tendrá rostro de mujer? ¿Será profesor de literatura en alguna universidad o en un colegio? ¿Estará hoy en Estados Unidos o Canadá? ¿Usará modismos locales o se acomodará como producto de exportación?  Postdata a ese escritor: Bolivia todavía espera sus letras, mientras los lectores se entretienen con buenos y malos cuentos.

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