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    Humboldt: Detalles del hombre del detalle

    Después de las dos guerras mundiales, Alexander von Humboldt cayó en el olvido en los países de habla inglesa. Fuera de Alemania, el explorador era una figura romántica muy atractiva, pero al mismo tiempo casi desconocida saliendo de los ámbitos académicos donde sus libros acumulaban ya mucho polvo. Fue entonces cuando el planeta sintió los efectos del cambio climático y los ambientalistas redescubrieron el valor de los métodos interdisciplinarios del polímata berlinés. En clave presente: Humboldt, padre de movimiento ecologista; el primer científico de la historia en hablar de las acciones humanas y su efecto nocivo sobre el medio ambiente, y el gran inventor del concepto de naturaleza como una red de vida conectada.

    El 2019 se conmemoran los 250 años del nacimiento del explorador y ningún berlinés dejará de estar en contacto de alguna manera con Alexander von Humboldt. Trece instituciones culturales y científicas de Alemania declararon el 2019 como el Año Humboldt y tienen un nutrido calendario de eventos para hablar del hombre que fue una estrella científica mundial de su tiempo. En febrero reciente, el mismo presidente alemán Frank-Walter Steinmeier cruzó el Atlántico para visitar Colombia y Ecuador, tras las huellas de Humboldt, para honrar los valores del naturalista respecto al medio ambiente, la defensa de la libertad y  la apertura al extranjero, como guías de la diplomacia alemana del siglo XXI.

    ¿Pero quién fue este hombre que siendo rico heredero, noble y educado dejó su trabajo de funcionario de minas en Alemania, para lanzarse a un mundo por entonces desconocido sólo armado de sus instrumentos de medición? Una respuesta breve podría ser: Fue un homo universalis que se destacó como geógrafo, naturalista y explorador; un avis en extinción en su propio tiempo. Entre 1799 y 1804 visitó las colonias españolas y su recorrido le permitió relacionar hechos aislados —y algunos invisibles hasta ese momento— para entenderlos como un todo, un concepto que influiría incluso en la teoría evolutiva de Charles Darwin y el origen del hombre. Pero más allá de esa síntesis, Humboldt fue un hombre con una vida extraordinaria en un tiempo de grandes cambios para la humanidad.

    Abriendo los sentidos

    Primero fue hijo y hermano. Nació el 14 de septiembre de 1769 y su infancia transcurrió junto a su hermano Wilhelm, entre inviernos en Berlín y veranos en la finca familiar de Tegel. Su padre fue Alexander Georg von Humboldt, oficial del ejército, chambelán de la corte y confidente del futuro rey Federico Guillermo II. El padre fue un hombre muy cariñoso con sus hijos, según los biógrafos. Sin embargo, aunque rodeados de privilegios, la niñez de ambos estaría marcada por la muerte temprana de su progenitor (cuando Alexander tenía 9 años) y la fría relación que tuvieron con su madre Marie Elisabeth. Según contaría Wilhelm años más tarde, él y su hermano habían vivido en un estado de “perpetua ansiedad” por satisfacer los deseos de una madre que  buscaba la “perfección intelectual y moral” de sus dos hijos. Para ellos ambicionaba cargos como altos funcionarios dentro del Reich y, con tal propósito, les procuró una estricta educación a cargo de profesores privados. Desde niños tuvieron intereses muy diferentes, pero siempre se mantuvieron muy unidos hasta el final de sus días. Wilhelm estudiaría Derecho y Alexander se dedicaría a las ciencias, matemáticas e idiomas.

    Nacido el mismo año que Napoleón Bonaparte, Alexander fue un niño algo vanidoso empujado por el deseo de sobresalir. Sus lecturas favoritas fueron los diarios del capitán James Cook y Louis Antoine de Bouganville, historias que lo trasladaban a lugares remotos y que luego darían fuego a su pasión por los viajes. Se dice que mientras Wilhelm estudiaba mucho, Alexander soñaba con trópicos y aventuras.

    Su niñez y primera juventud coincidieron con grandes cambios en el mundo: en Estados Unidos los revolucionarios declararon su independencia y los franceses hicieron su revolución en 1789. Aún no existía Alemania sino un conjunto de estados. El descubrimiento del pararrayos a mediados del silgo XVIII permitió a la humanidad empezar a controlar fenómenos que hasta ese momento eran considerados expresiones de la furia de Dios. Los científicos estaban compartiendo información y las zonas vacías de los mapas del siglo XVIII se estaban llenando con rapidez. El progreso era la consigna del siglo y el hombre empezaba a perder el miedo a la naturaleza.

    Al cumplir 21 años, Alexander había terminado sus estudios en Finanzas y Economía en la Academia de Comercio de Hamburgo y, para cumplir con los deseos de su madre nuevamente, se inscribió en la Academia de Minería de Freiberg. A esa edad ya había visitado Londres y la campiña inglesa, y había desarrollado la manía de hablar muy rápido y desplegar una inusual energía en sus intereses intelectuales. De sus estudios mineros, lo que más le atraía eran la ciencia y la geología. En ese tiempo empezó a estudiar la influencia de la luz en las plantas y a realizar expediciones geológicas por la región de Turingia. A sus 22 años fue designado inspector de minas; un nombramiento excepcional dada su juventud.

    Su carrera subía como la espuma. Uno de los hitos de sus inicios fue la invención de una mascarilla respiratoria y una lámpara que funcionaba casi sin oxígeno en las profundidades de las minas; las duras condiciones de trabajo de los mineros lo habían motivado. En esos años publicó sus primeros libros: un tratado especializado sobre basaltos hallados junto al Rin y otro sobre la flora subterránea de Freiberg. También se inició en sus primeros experimentos con animales para abordar el concepto de materia orgánica e inorgánica y la fuerza o principio activo en ellas. La medición y observación como marcas de su trabajo nacieron en esos años. Aunque aún estaba centrado en el detalle, empezaba a valorar la percepción individual y la subjetividad.

    En esos días leyó el popular poema de Erasmus Darwin —abuelo de Charles Darwin— Loves of the plants que transformó el sistema de clasificación sexual de las plantas elaborado por Linneo y que lo inspiraría profundamente. Días de juventud en los que Alexander von Humboldt se aproximó a Johann Wolfgang von Goethe,  la figura literaria más célebre de ese momento en Alemania. Fue una relación de mutuo gran impacto. Según los historiadores, Goethe escribió Fausto, su obra más famosa, en “arrebatos de actividad” que solían coincidir con las visitas de Humboldt. Fausto, el protagonista, el inquieto erudito Heinrich Faust estaba intentando descubrir “las fuerzas de la naturaleza”. Con tal fin, Faust hace un pacto con el diablo, Mefistófeles, a cambio de obtener el conocimiento infinito. Cuando se publicó Fausto I en 1808, mucha gente vio similitudes entre Heinrich Faust y Humboldt.

    Goethe le habría animado a unir naturaleza y arte, hechos e imaginación; enfatizar en la subjetividad. Según Humboldt, estar con Goethe le permitió dotarse de “nuevos órganos” con los que ver y comprender el mundo natural. “Serían los órganos que le acompañarían a su viaje a las colonias españolas”, según la historiadora Andrea Wulf, en su libro La invención de la naturaleza.

    La gran aventura

    El sueño viajero de Humboldt sólo pudo concretarse a la muerte de su madre. Había recibido una importante herencia que lo convirtió en hombre rico. Dejó su empleo como funcionario de minas y se entregó a buscar su destino. Napoleón tenía a toda Europa en pie de lucha por lo tanto los viajes exploratorios dentro de la región eran impensables. En un primer momento pensó en acompañar a las tropas napoleónicas en su campaña de Egipto y Siria —incluso se trasladó a París para gestionarlo in situ— pero el plan no prosperó. Fue en esos días cuando conoció a Aimé Bonpland, su gran acompañante de la aventura americana. Juntos decidieron trasladarse a España para buscar una autorización de viaje al Nuevo Mundo.

    Visitaron a Carlos IV de España con muy poca fe. Era sabido que los españoles eran extremadamente celosos de sus territorios en ultramar y, hasta ese momento, no habían permitido el ingreso de ningún explorador en sus colonias. Para sorpresa de Humboldt y de los propios españoles, el rey les otorgó los pasaportes para sus dominios en América y Filipinas y muy pronto se embarcaron hacia tierras americanas.

    Algo muy interesante en la biografía de Humboldt es su marcada conciencia de la publicidad: antes de partir con rumbo a las colonias españolas Humboldt envió más de 43 cartas a sus contactos en Europa y Estados Unidos, solicitando la publicación de su viaje y hallazgos. Si moría, no quería quedar en el olvido. Ese apego por la difusión del conocimiento y el intercambio de ideas lo acompañaría hasta el final de sus días. Murió a la edad de 89 años y se estima que en su último año de vida llegó a recibir y responder alrededor de 3.000 cartas.

    ¿Y cuál fue el objetivo del viaje a las colonias españolas? Humboldt quería recoger plantas, semillas, rocas y animales, también medir la altura de las montañas, determinar la longitud y la latitud, y tomar la temperatura del agua y el aire. Pero el verdadero propósito del viaje, dijo, era “descubrir cómo todas las fuerzas de la naturaleza están entrelazadas y entretejidas; cómo interactuaban la naturaleza orgánica y la inorgánica”.

    El Nuevo Mundo —tal como se conocía a América en aquel tiempo— fue el capitulo mayor de entre todos sus viajes. Entre 1799 y 1804 realizó tres viajes junto a su asistente Bonpland, cargando sus instrumentos para medir el mundo. Los dos primeros viajes se concentraron en Sudamérica: regiones amazónicas y el naciente del río Orinoco en Venezuela, en su primer recorrido; Bogotá, Quito y Cajamarca (norte de la sierra peruana), en el segundo. El tercero lo llevaría por la Nueva España de 1.800 (desde la actual Guatemala, México, nueva California hasta la Luisana española de aquel entonces) hasta Estados Unidos que, en esos días, ocupaba el 30 por ciento del actual territorio norteamericano y estaba recluido al este. El viaje de Humboldt fue la primera expedición científica a cuenta y riesgo propio. Hasta ese entonces, todos los artistas o científicos embarcados en misión de reconocimiento habían obedecido a un rey, gobierno, patrón o mecenas.

    Si la idea de Humboldt era medir el mundo americano y compararlo con sus anteriores hallazgos, también le tocó medir a la sociedad colonial del Nuevo Mundo que vivía en un sistema de poder absoluto en el que los virreyes y los capitanes generales respondían directamente al poder del rey. Las colonias tenían prohibido comerciar entre ellas sin autorización expresa. Las comunicaciones estaban también muy vigiladas. Era necesario obtener permisos para publicar libros y periódicos, las imprentas y fábricas locales estaban prohibidas, y los nacidos en España eran los únicos autorizados a ser propietarios de tiendas o minas en las colonias. Nadie, ni siquiera un español, podía entrar en las colonias sin un permiso del rey.

    Los criollos sudamericanos —de ascendencia española pero nacidos en el continente— llevaban décadas sin poder acceder a los altos cargos administrativos y militares, aunque en varias regiones representaban una mayoría poblacional. La Corona española enviaba a españoles (muchas veces menos preparados que los criollos) para dirigir  las colonias. Una situación que cultivaría el descontento y las futuras revoluciones independentistas. El apego de Humboldt por la libertad del hombre nació en este viaje, al observar el infortunio de los esclavos negros que servían en tierras americanas, incluido Estados Unidos gobernado por Thomas Jefferson, el hombre de las ideas de libertad y democracia.

    Padre del movimiento ecologista

    Fue durante su primer viaje, recorriendo el lago Valencia de Venezuela, que Humboldt observó las fatales consecuencias medioambientales provocadas por las plantaciones coloniales de la región. La deforestación había esterilizado las tierras y disminuido el nivel de agua en el lago; con la desaparición de las plantas originarias, las lluvias estaban arrasando los suelos en las laderas de montaña. Era 1800 y fue el primer científico en hablar del fenómeno cambio climático como efecto provocado por el hombre. Sería también el primero en explicar el rol de los árboles y bosques —en su relación con la atmósfera—, la humedad y sus efectos térmicos sobre el planeta, así como de su capacidad de retención de aguas y protección de los suelos contra la erosión.

    Los habitantes  del valle de Aragua, donde estaba el lago Valencia, contaron a Humboldt que el nivel de las aguas estaba bajando a toda velocidad. Con sus investigaciones llegó a la conclusión de que la tala de los bosques circundantes y el desvío de aguas destinadas al riego, había hecho descender los niveles. La tala de árboles para despejar tierras había destruido el musgo, arbustos y raíces, y los suelos habían quedado descubiertos y ya no podían retener el agua. Fue en ese lago donde Humboldt desarrolló su idea del cambio climático provocado por el hombre. La acción de la humanidad en todo el planeta, advirtió, podía repercutir en las generaciones futuras. Con su descripción de cómo la humanidad estaba cambiando el clima, Humboldt se convertía, sin saberlo, en el padre del movimiento ecologista, y se alejaba de aquella visión antropocéntrica milenaria que afirmaba que la naturaleza estaba al servicio del hombre. “En esta gran cadena de causas y efectos no puede estudiarse ningún hecho aisladamente”, dijo. Y ese fue el principio de todo.

    Humboldt, estrella mundial

    Mientras Aimé Bonpland, su gran acompañante del viaje sudamericano, moría en Paraguay casi olvidado en su Francia natal, Humboldt se había convertido en el científico más famoso de su época. Personal narrative, Cuadros de la naturaleza y Cosmos, sus obras capitales, eran textos de inspiración para las mentes más avanzadas del siglo XIX: Charles Darwin nunca dejó de consultar sus libros y decía que Humboldt había sido “el mayor viajero científico que haya existido”.

    El concepto de naturaleza de Humboldt se extendió a varias disciplinas: El escritor y filósofo norteamericano Henry David Thoreau, publicaría Walden en 1854, uno de los textos sobre naturaleza más famosos en su país, como respuesta a Cosmos; George Perkins Marsh, considerado el primer conservacionista de Estados Unidos, proclamaba que los libros de Humboldt eran “la joya de la corona” de la producción intelectual alemana; Ernst Haeckel, creador del término ecología y difusor del trabajo de Darwin en Alemania, estuvo muy influenciado por Humboldt desde niño; John Muir, botánico —organizador del primer grupo conservacionista y activista de la historia— era declarado admirador de la figura de Humboldt.

    El rey Federico Guillermo IV de Prusia decía que Humboldt fue “el hombre más grande desde el diluvio”. Tal vez también el más curioso: Con casi 90 años estaba fascinado con las posibilidades de la tecnología y mantenía el interés por todo lo nuevo: Los viajes en barco a vapor, el ferrocarril y el telégrafo. Durante mucho tiempo intentó convencer a través de cartas a sus amigos norteamericanos y sudamericanos sobre la necesidad de construir un canal que atravesara el estrecho istmo de Panamá. Era amigo de Samuel Morse, el inventor del telégrafo, y estaba muy interesado en conocer los detalles del nuevo invento porque le habría permitido obtener respuestas inmediatas de científicos al otro lado del atlántico para complementar la redacción de su último tomo de Cosmos.

    El 14 de septiembre de 1869, al celebrarse los 100 años del nacimiento de Humboldt, el mundo se dedicó a conmemorarlo para honrar a un hombre “cuya fama no pertenece a ninguna nación”, diría The New York Times en su primera plana. Su nombre daría nombre a la corriente de Humboldt que corre frente a las costas de Chile y Perú, a la Sierra de Humboldt de México, al Pico Humboldt de Venezuela. En la provincia de Santa Fé, en Argentina, una ciudad lleva su nombre; un río bautizado en su honor está en Brasil; una bahía en Colombia y un geiser en Ecuador. Fuera de Sudamérica, un cabo Humboldt y un glaciar en Groenlandia, cadenas montañosas en la Antártida, en China, en Nueva Zelanda y Sudáfrica. Ríos y cataratas Humboldt en Tasmania y Nueva Zelanda.

    En Estados Unidos, cuatro condados, 13 ciudades, bahías, lagos, montañas y un río, además de la posibilidad de que el actual estado de Nevada llevara su nombre, de haber obtenido la mayoría en la Convención Constitucional de 1860. Se estima que casi 300 plantas y más de 100 animales llevan también su nombre: el pingüino Humboldt de Sudamérica, el gran calamar depredador de Humboldt que habita la corriente de Humboldt, el lirio Humboldt californiano. Minerólogos que le rindieron tributo al bautizar a la humboldtita y la humboldtina.

    En su honor también muchos parques en Alemania y, desde 1988, la rue Alexander von Humboldt en Paris, próxima al conocido parc de la Villette, donde la naturaleza y lo artificial se reconfiguran.

    Decenas de parques y monumentos por el mundo, entre ellos la plaza Alexander von Humboldt de La Paz, la capital más alta del mundo sobre los 3.500 m.s.n.m., donde el explorador observa a Atlas cargando el cielo. Rodeado de excepcionales árboles de olivo, este Humboldt de bronce estatuado en los Andes en 1967 se rodea de artistas y artesanos los fines de semana; vive entre pintores y electricistas en días de semana; observa ferias florales y de plantas que se instalan a sus pies cuando llega la primavera. Humboldt, el último hombre de hechura renacentista que forjó ideas que hoy nos parecen tan obvias.

    El sentimiento antialemán derivado de las dos guerras afectó a la figura del explorador —junto a la de otras mentes alemanas— en los países de habla inglesa. Por otra parte, en el campo científico del siglo XX, se impuso la especialización por sobre  su método interdisciplinario. Dos razones por las que Humboldt fue casi borrado de la memoria colectiva. Hasta que la naturaleza mostró su fuerza global…

     

     

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