• Periodismo y miradas desde dos culturas...

    “El Danubio” y el viaje de las revelaciones

    Hay películas que envejecen, y envejecen mal. Hay libros que caducan, aunque sobrevivan en los estantes por su peso en la historia de la literatura (¿El extranjero de Albert Camus puede ser un ejemplo?). Y también están las obras que renacen porque el presente las perfuma y reclama. Es el caso de El Danubio (Biografía de un río), una obra escrita por Claudio Magris en los años 80 y que dio la pauta al mundo literario sobre como unir un viaje con reflexiones históricas y sociales. Cuando pululan los deseos independentistas y nacionalistas en Europa, y la migración hace aguas en la política y en los sentimientos europeístas, la potencia de El Danubio hace que el lector  la coloque en una zona de valor y trascendencia.

    “La identidad es una búsqueda siempre abierta e incluso la obsesiva defensa de los orígenes puede ser en ocasiones una esclavitud tan regresiva como, en otras circunstancias, cómplice rendición al desarraigo” plantea casi de entrada Magris como una revelación cargada de proyecciones que asoman repetidas veces en  El Danubio.

    Claudio Magris, escritor italiano y reconocido germanista, iniciador de un género de rotundo pulso en las décadas siguientes, aunque en versiones menos portentosas. En El Danubio el autor se acerca a las fuentes, al origen del mayor torrente europeo sólo comparable con el Amazonas sudamericano. Parte en Donaueschingen y Furtwangen con la idea de finalizar su recorrido en el mar Negro, flotando en las costumbres de los pueblos de las orillas y sumergiéndose en la historia de los países que besa el coloso Danubio. En su recorrido, Magris se acerca al alma pangermánica:  explica el destino de dos fuerzas en plenitud a finales del siglo XIX, revela las visiones de Austria y Alemania –con sus ideas y alcance de sus valores– y explica sus protagonismos en la Mitteleuropa de otros tiempos y  sus presencias en el mundo actual.

    Pero lo más emocionante del El Danubio es que nos abre una ventana hacia el espíritu austriaco. La muerte de la vieja Austria y sus ilusiones en la Modernidad. Natus, uxorem duxit, obiit (nacer, casarse y morir) reza la lápida de Francisco Fernando –archiduque de Austria y heredero del imperio austrohúngaro asesinado en 1914 en Sarajevo– como resumen de una vida y sin ningún otro atributo. Ferdinand Sauter, poeta bebedor de los años de Franz Grillparzer, compuso su propio epitafio: “Viel empfunden, nichts erworben/ froh gelebt und leicht gestorben”. “La civilización austriaca, que ha aspirado a la totalidad perfecta, a la unidad armoniosa y acabada de la vida, ha dejado a la vista los pedazos que siempre faltan para cerrar el círculo, los espacios vacíos entre las cosas, entre los hechos y los sentimientos, las escisiones que cada individuo y cada sociedad llevan consigo”, afirma Magris.

    Vivir en el recuerdo del pasado y en el sueño del futuro y nunca en el presente, tal como decía Manès Sperber, el escritor  y filósofo francés de origen austriaco, al definir el destino austriaco. “La austricidad es el arte de la fuga, vagabundeo, afición a detenerse a la espera de una patria que siempre se busca, se presagia y jamás se conoce. Es patria desconocida, en la cual se vive con una cuenta en números rojos, es Austria, pero también es la vida, amable y –en el borde la nada– feliz”, complementa Magris. ¿No eran los tracios los que aceptaban tranquilamente la muerte porque estaban liberados de los miedos y el ansia creada por idolatrar la vida; creyendo más en la vida en otro mundo, un mundo sin tristeza y de felicidad eterna? ¿Hace falta decir más sobre la cautelosa Austria y las protectoras alas del águila de los Habsburgo que cubrió a una multiplicidad de estirpes y civilizaciones?

    En 1988 –un año antes de la caída del muro de Berlín que sacaría a la gente a las calles pregonando por la libertad y tolerancia– Magris veía la aproximación del momento en el que las diversidades históricas, sociales y culturales mostrarían violentamente las dificultades de la convivencia: “Nuestro futuro dependerá también de nuestra capacidad de impedir que se encienda esa mina de odio y que nuevas batallas de Viena transformen a los hombres en extranjeros y enemigos”.

    Nada de entretenimiento. El mérito del libro de Magris no es literario, es político. Hablando de la geografía, paisajes, culturas y sufrimientos –incluidas las penurias de los migrantes suevos en el Banato, desraizados del corazón de la vieja Alemania, y la “nación cultural” de los sajones de Transilvania–, El Danubio habla de aquello de lo que no se habla, descubre aquello que se oculta.

    Los libros hoy nos muestran el sinfín de experiencias humanas, aunque casi siempre sin compromisos; este libro viene de un tiempo en el que las ideas y la historia tenían un gran marco por la fuerza de la memoria colectiva. El presente, con su distópico aroma, tiene la capacidad de dar nueva potencia a El Danubio y recolocarnos en la zona vital de los grandes problemas actuales de este mundo, a tiempo de revelarnos el misterioso espíritu austriaco. No es el big bang, es Weltgeschichte.

     

     

     

     

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