• Periodismo y miradas desde dos culturas...

    De larga data pero no viejos: albergues juveniles en Alemania

    Si viaja con niños, muchas cosas son posibles: nadar por la noche, comer en el coche, pasar la noche con extraños, dormir en tiendas de campaña o en hoteles con grifería de oro. Sólo una cosa es imposible en la mayoría de los países: albergues juveniles (Youth Hostels) y hoteles para mochileros. Todo lo que me parecía genial cuando viajaba sola —bebidas sin censura, mucha gente, fiestas hasta altas horas de la noche, con resultados abiertos e intercambios extendidos en todos los niveles— se convirtió para mí, en condición de madre, en un espanto; por lo mínimo en malos ejemplos. Sólo el recuerdo de una Nochebuena en Jeffreys Bay, Sudáfrica, con dos ingleses orinando en las mochilas de los irlandeses que estaban en nuestra habitación ya es suficiente para que yo esté dispuesta a aflojar la billetera a mi familia para un hotel de por lo menos tres estrellas.

    Por lo tanto, ya es hora de hacer correr la voz de que los albergues juveniles alemanes son diferentes. Al menos por ahora. Son similares a los Youth Hostels y pertenecen a la misma asociación mundial, la Hostelling International. Su órgano nacional es la Asociación Alemana de Albergues Juveniles (DJH), que en los últimos años ha pulido enormemente la antigua imagen del albergue.

    Detrás de la Asociación Alemana de Albergues Juveniles, que en realidad es una fundación, hay todo un paquete de valores ideales, cumplimientos y medidas de garantía de calidad. Por ejemplo, la fundación dirige su propia academia para formar a sus directivos y a la gran red de voluntarios que vienen de todo el mundo. Además del compromiso con la alimentación sana y la gestión sostenible, el plan de estudios también incluye la idea moderna de servicio amable. El recuerdo de los gruñones vigilantes del silencio que usaban una cuchara de cocina en los pasillos por la noche se puede descartar definitivamente. Y toda la serie de recuerdos que generaciones enteras de escolares alemanes llevaban a sus hogares al retorno de sus viajes de estudios: camas chirriantes con colchones muy usados, bolsas de dormir de mala muerte, té casi sin color y servido en tazones de hojalata, y dormitorios enormes. Nada de esto existe más. A lo sumo en el Museo del Albergue Juvenil del Castillo de Altena, el albergue juvenil más antiguo del mundo.

    Resultado de una gran ofensiva, en el transcurso de las últimas décadas, muchos de los 500 albergues juveniles fueron refaccionados y hoy se presentan completamente diferentes, según el lugar y su ubicación. Están aquellos con pequeñas cabañas que enfatizan en la temática ecológica o resorts con amplias instalaciones al aire libre para escalar o hacer canotaje, construcciones modernas en el centro de la ciudad y todavía uno que otro castillo antiguo como por ejemplo en el centro de Nürnberg.

    Lo que todos tienen en común son las zonas comunes y las instalaciones de ocio disponibles para todos, y el principio de que cada quien tiene que hacerlo por sí mismo a mano: limpiar la mesa, barrer la sala de estar, hacer las camas y guardar las raquetas de ping-pong en la caja. Aunque están orgullosos de sus más de 10 millones de pernoctaciones anuales, los albergues juveniles no compiten con los hoteles. Quieren que los jóvenes descubran el mundo y hablen entre ellos. Hasta hace unos años, a los adultos individuales no se les permitía registrarse en absoluto, sólo a los jóvenes, a las familias y a los grupos. Con este fin, hay personal pedagógico que desarrolla programas de grupo e implementa ideas y eventos para la comprensión intercultural. Según un principio vinculante, la cocina es regional y saludable, que siempre es abundante, pero no a la carta. La televisión de pago, el servicio de habitaciones y el minibar tampoco forman parte del concepto. El gimnasio es gratuito, pero no es una zona de entrenamiento con aire acondicionado, sino área comunitaria y área para corretear. Dependiendo de las instalaciones, hay canchas de voleibol, jardines de escalada, recorridos en mountain bike o simplemente la cancha de fútbol de siempre.

    Hablar, jugar, compartir y activar los aspectos positivos de la convivencia es la filosofía de esta red de alojamientos, a la que se tiene acceso desde el momento en que se es miembro y se haya pagado la módica aportación anual. Según el concepto de internacionalidad, los huéspedes fuera de Alemania también pueden hacerse socios y pasar la noche en las casas de la DJH. Es posible conseguir una tarjeta de huésped internacional (Hostelling International Card) en un albergue juvenil alemán y comprar un welcome stamp (sello de bienvenida) por noche. Con seis de estos sellos se convierte en una tarjeta de membresía anual. Como huésped extranjero, también pueden comprarse los sellos en el mismo albergue de forma inmediata por 18,00 € (a partir del 2018), pero no a través de Internet.

    Ahora que los niños ya no son tan pequeños, nos encanta descubrir el país a pie o en bicicleta, moviéndonos de un lugar a otro. Cada vez con más frecuencia pasamos la noche en un albergue juvenil o incluso utilizamos las ofertas de paquetes de la DJH con pensión completa y programa. Es que un simple fin de semana de caminata se siente mejor en comunidad. Las noches son más interesantes. Los huéspedes no se esconden en sus habitaciones, sino que sacan de los armarios los juegos de mesa o se sientan en los nichos, frente a la chimenea, y en las salas comunes. Más o menos ocupados con sí mismos y con el mundo.

    Al final de una escalera de caracol, una numerosa familia se sienta alrededor de una mesa redonda. Todos ellos tienen tarjetas en la frente con objetos que tienen que adivinarse mutuamente. “Soy un pastel” está escrito en la cara de la madre. Mientras me río divertida, ella me amenaza en broma con su dedo: “Ahora te toca a ti” y acerca una silla libre para mí. Son las familias de dos hermanas que viven muy lejos y se reúnen una vez al año en diferentes albergues juveniles. Algo práctico porque pueden asumir que hay espacio y áreas de juego en todas partes para los niños y para los adultos en las que pueden pasar los días sin tener que pedir bebidas todo el tiempo. Además, es una buena opción para conocer Alemania. Porque los albergues juveniles están en todos las esquinas del país. Y los rincones que no conoces son a menudo los más interesantes. Aquisgrán, por ejemplo, es una ciudad cultural poco conocida en el triángulo fronterizo de los Países Bajos, Bélgica y Alemania. O Bremen, donde alternativamente se puede disfrutar de la Lüneburger Heide como de la ciudad portuaria de Hamburgo. En ambos lugares uno se sorprende con casas modernas y acogedoras, y tiene buenas oportunidades de conocer a gente con opiniones y gustos en común. Muchos de los 500 albergues juveniles alemanes se han especializado en un perfil específico y, por lo tanto, se llaman Jugendherbergen|International, Familien|Jugendherbergen, Umwelt|Jugendherbergen, Kultur|jugdherberbergen y Sport|Jugendherbergen. También hay albergues urbanos, por ejemplo en una antigua escuela del Ostkreuz de Berlín, en medio de todo. Allí volvemos a encontrarnos con los mochileros de todo el mundo que ya mencioné. Para la fiesta, sin embargo, no utilizan las camas de sus compañeros de viaje, sino que se mueven a través de la noche berlinesa. La mayoría de los albergues juveniles mantuvo un detalle agradable, aunque estrafalario: la paz absoluta después de las 22.00 horas. Se acabaron los chirridos en las duchas comunitarias  —que por cierto son cada vez más raras—, los pasos en las escaleras, el griterío en el futbolín y no más música fuerte. Ahora sólo falta subir tranquilamente por la escalera de madera hasta la litera y alegrarse de que los colchones también cumplan sus promesas: una noche tranquila.

    Franziska Sörgel
    Traducción: Antje Linnenberg
    Adaptación al español: Teresa Torres-Heuchel

     

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