• Periodismo y miradas desde dos culturas...

    ¿Y quién cuidará de la abuela?

    Mi prejuicio alemán me dice que este artículo es una tontería para América Latina porque allí todos los ancianos son cuidados con amor por sus familias. Nadie en el Cono Sur podrá permitirse poner a sus propios padres en un asilo. Ninguna constelación familiar puede ser tan estresante como para no hallar soluciones y traer a padres lejanos a vivir con ellos o visitarlos a menudo. ¿Qué más podría ser importante? Ni siquiera nuestros propios hijos, que normalmente crecen de alguna manera por su cuenta, necesitan tanto consuelo y apoyo como nuestros padres en la recta final de su existencia. Porque este último tramo no puede repetirse nunca una vez que ha seguido su curso. Sin nuestros padres no estaríamos en este mundo y aunque podamos acusarlos de 100 errores, no superan los 1000 sacrificios, perdones y renuncias que han hecho por nosotros. Y más allá de juegos de números, simplemente los amamos con todos sus errores y momentos desquiciantes.

    En mi círculo de conocidos aquí en Renania nadie piensa así. Nuestros padres son personas adultas que han planeado sus propias vidas y son responsables de ellas. Que se hayan reproducido fue su decisión y cómo quieren vivir su vejez también fue su decisión. Tenemos poco que ver con eso. Y mucho menos podemos dictarles como deben hacerse las cosas. Por otra parte, también debemos poner nuestras vidas en orden nosotros mismos. No presuponemos que nuestros padres nos ayuden. Entonces está muy bien que gasten su renta en ellos mismos y no pierdan el tiempo que les queda con los nietos en algún parque infantil; que viajen y que lo pasen bien hasta que en un hermoso lugar asciendan al cielo con un ligero suspiro.

    Pero la mayoría de las veces este plan no funciona. En medio de nuestras vidas los padres necesitan ayuda y nadie está preparado para ello. La mayoría de los mayores tienen entonces más de 80 años y sus hijos alrededor de 50, los nietos sólo 20. Como consecuencia de los nacimientos tardíos de nuestro tiempo, falta una generación, porque la brecha entre las generaciones ya no es de 20 sino de más de 30 años. Como resultado de familias pequeñas, faltan los hermanos. El escritor noruego Ketil Björnstad ha descrito de modo muy claro la agobiante situación de los “maduros” en su novela Los inmortales (2011).

    En la misma época, alrededor del 2011, en Alemania comenzó a establecerse un sistema llamado Trabajadora de 24 horas. Desde los países de Europa oriental ­–que cuentan con bajos niveles salariales– llegaron mujeres que durante un tiempo limitado se quedaron con los ancianos a cambio de comida, alojamiento y un sueldo razonable y se asumieron el cuidado completo: los quehaceres domésticos, higiene personal, compañía. A pedido, incluso las mascotas y el jardín pueden ser atendidos. A diferencia de las trabajadoras domésticas permanentes, que inexistente en Alemania, estas las mujeres no pueden permanecer más de dos o tres meses en el país. Por esta razón existen agencias que se han especializado en organizar el recambio fluido cada cierto tiempo.

    El libro Früher war ich ein flottes Huhn, heute bin ich ein lame Duck, que se publicó en la primavera de 2020, describe la vida de una mujer que ha vivido este sistema de cambio de los cuidadores de Europa del Este durante 15 años, desde la perspectiva de su hija adulta. Sigrid Tschöpe-Scheffler, autora de este libro y profesora jubilada de ciencias de la educación, describe las ricas facetas de esta situación de vida en 200 páginas de episodios vivamente escritos. Por un lado, está el deterioro físico y mental de la propia madre. Luego está el proceso de decisión de hasta dónde se debe confiar la madre a manos extrañas y qué tipo de control o compromiso personal se debe elegir. Por último, la confrontación con personas siempre nuevas de culturas completamente ajenas, y que a veces ni siquiera dominan el vocabulario de la vida cotidiana ya que provienen de Polonia, Eslovenia, Eslovaquia, la República Checa, Rumania, Hungría, Estonia, Letonia y Lituania. Y finalmente los diferentes acuerdos de vivir bajo un mismo techo con completos extraños, con estilos de vida muy distintos, y recibir ayuda de ellos.

    Para muchos alemanes mayores, esta es la parte más difícil a la que acostumbrarse: dejar entrar a un extraño en casa. En América Latina, la vida con las trabajadoras domésticas puede no ser complicado para muchos. Por otro lado, es difícil en este gran continente conocer a alguien que no hable el mismo idioma. Como profesora de las diferentes capas y pilares de la interacción humana, Tschöpe-Scheffler identifica las características que hacen que un “match” entre trabajadores de 24 horas y personas mayores tenga más probabilidades de éxito o fracaso para ambas partes. Por supuesto, incluso entonces no todas las tapas caben en cada olla y entre las conmovedoras y hermosas historias también hay verdaderos desastres. Pero para quienes se enfrentan a una decisión de contar con este tipo de apoyo, ya sea para ellos o para sus padres, este análisis les ayuda a evaluar si tienen la soltura y curiosidad necesarias para dejar la organización de la vida cotidiana en manos de otros cada tres meses.

    Para todos los lectores que aún no necesitan ayuda en la vejez, la lectura es, sin embargo, una visión muy íntima e interesante de los entornos de vida alemanes, lejos de las historias que normalmente se cuentan. Incluso se le puede leer a la abuela, capítulo a capítulo por las noches, junto a la chimenea y sonreír juntos sobre los problemas que tienen otros…

    ¡Disfrute de la lectura!

    Sigrid Tschöpe-Schffler
    Früher war ich ein flottes Huhn, heute bin ich eine lahme Ente
    Editorial Patmos
    Libro de bolsillo, 224 páginas
    ISBN: 978 3 8336 1233 3
    Franziska Sörgel
    Traducción: Antje Linnenberg
    Adaptación al español: Teresa Torres-Heuchel

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