• Periodismo y miradas desde dos culturas...

    El sorprendente paquete Cracovia

    Cracovia está casi tan lejos de Berlín como Múnich y es igual fácil llegar. Sin embargo, frente a este destino turístico, durante mucho tiempo me puse varias barreras que no sólo están relacionadas con los controles fronterizos hoy inexistentes, ya que Polonia forma parte del espacio Schengen.

    Una de tales barreras tiene que ver con platos de comida que llevan nombres de ciudades.  El Krakauer, una salchicha ahumada y hervida nunca fue lo mío, lo mismo que la Göttinger Bierwurst que tiene un fuerte sabor a ajo, razón porque la que nunca seguí el hype por Göttingen, aunque esta ciudad es muy popular sobre todo entre estudiantes y turistas. En mi mente, incluso el billete hacia Polonia olía a ajo y también las almohadas en los hoteles. ¿A ver cuándo logro sacar eso de mi imaginación? En el caso de Cracovia lo logré y puedo decir que en esa ciudad nada huele a salchicha ahumada hervida, a excepción de los puestos de venta de salchichas alrededor de la plaza principal, las estrechas calles alrededor de las iglesias, el vestíbulo del aeropuerto y las bolsas de compra de los transeúntes.

    Otra barrera para mí era el idioma, y eso sigue siendo así. Incluso después del décimo tutorial de YouTube ni una sola sílaba se quedó en mi memoria. Przepraszam… Y luego está esa relación histórica tan especial entre Alemania y Polonia que se activa en cada etapa de la planificación del viaje y  que plantea la pregunta sobre si la idea es hacer un tour político informativo o un viaje de placer. Por ejemplo, la obligada visita a Auschwitz. “No lo hago”, respondió un conocido mío que conoce bien este mundo. “No se me ocurriría entretenerme con las atrocidades cometidas por los nazis. Encuentro inmoral convertir el crimen en una actividad de ocio”, dijo.  Sobre todo porque, según el esclarecedor libro Viva Polonia de Steffen Möller, muchos polacos consideran injusto que la mayor representación del estigma nazi esté en su territorio. Si pudiesen, trasladarían el antiguo campo de concentración y exterminio a centro de Berlín. Mi cosmopolita amigo prefiere recomendarnos algunos restaurantes en los que se pueda conversar relajadamente con los otros comensales y donde además sirvan la sopa Zurek hecha de pan, guiso de bigos con chucrut o pierogi (pasta rellena hervida y salteada en mantequilla). Además, todo se acompaña con la única palabra que es realmente fácil de recordar: Piwo, una cerveza clara, ligera y amarga. ¿Entonces, un tour puramente culinario? Pero hay demasiada historia en el camino y nuestra curiosidad es más grande que nuestro estómago.

    Nuestra visita, por cierto, fue en los días previos a la Pascua y con una temperatura de 2° C y llovizna. Polonia se encuentra en la media climática para el grado 50 de latitud (norte) donde son necesarios chaqueta y paraguas siempre a mano,  incluso en agosto. Bajo tales condiciones volvemos a mirar con nostalgia a las seductoras pastelerías y a los extravagantes cafés que se alinean en la plaza principal del mercado como si fueran los desbordes de las puntillas en croché. Preparados con bufanda y guantes, empezamos nuestro recorrido para descubrir la ciudad.

    En Cracovia es imposible perderse. Siguiendo el diseño medieval, que resulta muy útil para los turistas, existe una zanja en círculo alrededor del casco antiguo –el mismo que ahora es un parque circular– con el que uno se topa en algún momento y luego se camina en círculo hasta llegar de nuevo a un lugar conocido. Además, desde casi todos los lugares se ven el gran complejo del castillo, el Wawel, y también el río, el Vístula, que sirven de orientación si es que fuera necesario; puesto que todos los caminos están bien señalizados y la gente es increíblemente amable, incluso a 2° C y viento cruzado. El mayor desafío es encontrar la manera de acercarse a esta ciudad antigua y diversa y a lo que uno está buscando. Siendo que Cracovia tiene una larga tradición universitaria como ciudad real y de arte, nos interesamos por la vida estudiantil de los jóvenes y también por los judíos gallegos y su historia.

    La mejor manera de descubrir la vida estudiantil es a través de la puerta del Goethe-Institut, ubicado en la gran plaza del mercado. Allí, en el vestíbulo, es posible entrar en contacto con los jóvenes incluso sin conocimiento del polaco, mejor incluso que en terreno universitario. Esto debido a que la Universidad de Cracovia no es un campus universitario con instalaciones centrales y cafeterías, donde uno se toparía en algún momento con un interlocutor interesante, sino que la misma cuenta con innumerables institutos pequeños y cerrados dispersos por toda la ciudad.

    Otra posibilidad son las visitas guiadas en inglés ofrecidas por estudiantes que, sin embargo, no tienen un carácter privado como se nos aclara, sino que se ciñen al tema de la visita, en este caso el barrio judío de Kazimierz.

    En este encantador barrio de moda se encuentran patios de comida pop-up, galerías y hermosas plazas, pequeños restaurantes de cocina judía, mercados de pulgas y bonitos rincones antiguos. En la calle principal se encuentra el Museo de los Judíos Gallegos que habíamos escogido para esa jornada, consultando nuestra guía de viajes para sumergirnos en la historia con tranquilidad (y calor). También para beber una limonada con hierbas después en el lindo café del museo, aunque esto no lo sabíamos al ingresar… El concepto de este museo cambia radicalmente la visión sobre la cultura destruida de este grupo de personas que alguna vez fue grande y activo. Los curadores renuncian explícitamente a las viejas fotografías en blanco y negro que en su solidificación se refieren a algo que parece existir. No, las imágenes muestran claramente lo faltante; los huecos, la pérdida. A la vista hay vigas de techo podridas de antiguas sinagogas, lápidas de antiguos cementerios judíos que ahora pavimentan granjas, lugares de este olvido y hundimiento que representan un proceso que en última instancia transforma esta cultura en un mito al igual que las extintas culturas maya o azteca. El visitante se da cuenta de que está parado en medio de ella, como espectador o como actor, y se ve confrontado con la necesidad concreta de actuar, de donar una placa conmemorativa aquí, de erigir y conservar lápidas rotas allá. Al final del recorrido la exposición muestra ejemplos del renacimiento de una cultura que supuestamente se extinguió y presenta a familias jóvenes, celebraciones con muchos invitados y simpatizantes extranjeros y, como punto culminante, el Centro Cultural Judío con sus numerosas actividades que conectan el pasado con el futuro.

    Entre los lugares de comprensión y la cultura de recuerdo, a poca distancia del centro de Cracovia se encuentra la fábrica de esmalte de Oskar Schindler que cuando llegamos estaba cerrada por alta demanda. Sin boletos reservados, no hay posibilidad de entrar en un martes cualquiera por la mañana, similar a lo que ocurre en la Alhambra o Machu Picchu. La visita del lugar es parte integrante de los tours históricos y de jóvenes. Nos hacemos una idea de la magnitud de estos viajes cuando caminamos por la plaza principal del antiguo gueto hacia la farmacia Adler de Tadeusz Pankiewicz. El impresionante lugar de los héroes del gueto está completamente ocupado por grupos de jóvenes israelíes sentados en grandes círculos en el piso, riéndose a carcajadas de algún chiste del líder de su grupo. El eco de las risas retumba en las paredes de las casas circundantes y de los restos de la histórica muralla del gueto.

    En busca de un lugar tranquilo para descansar, nos dirigimos hacia la iglesia de San Miguel Arcángel en el extremo más alejado de Kazimierz. Hordas de familias vestidas de fiesta con palmas decoradas vienen hacia nosotros: Domingo de Ramos en un país donde el 98% de la población es católica. Niños, jóvenes, grupos enteros de ellos, entrando y saliendo de las iglesias que ofrecen misa a cada hora. Estas masas acudiendo o saliendo de misas ya no se ven en Alemania desde hace mucho tiempo. Ni siquiera un Papa alemán ha podido cambiar tal situación. Más bien lo contrario. Nos abstenemos de especulaciones políticas sobre la iglesia y asistimos a un concierto vespertino en la Iglesia de San Pedro y San Pablo. Una hermosa manera de relajarse y, además, baja en calorías. En frente se encuentra un instituto de masaje tailandés, un consejo para todos aquellos que después de la música de Boccherini y de Falla aún no están lo suficientemente relajados.

    Pronto hay tranquilidad en las calles estrechas y ya estamos pensando en la partida. Con más de 700.000 habitantes el área metropolitana de Cracovia es una gran ciudad, pero sus alrededores son muy rurales. De hecho, hay gente que camina del aeropuerto al hotel. Esto es factible. Sin embargo,  nuestra elección de tomar un taxi tanto a la ida como a la vuelta resultó ser genial porque los taxistas demostraron ser una gran fuente. Uno nos explicó el turismo y el otro la política. El turismo parece estallar en Polonia, y Cracovia figura como el destino  más popular para el turismo urbano; según el Polen Journal la ciudad registra anualmente  más de diez millones de pernoctaciones (Frankfort/Meno en comparación con un poco más de cinco millones). El cambio favorable del Zloty polaco y el ambiente romántico de un casco antiguo bien conservado, así como de una escena musical y artística muy activa, atraen básicamente a todos los grupos meta imaginables.

    La política es más difícil de explicar en los quince minutos que dura el viaje. Los nazis, los rusos, la Unión Europea con sus confusas reglas que no siempre reflejan la democracia que debería estar detrás de ella. Y todo esto debe ser digerido por un país tan pequeño. A esto se suma aún el resentimiento en cuanto a las verdaderas relaciones de propiedad después de la turbulenta historia de los últimos cien años. ¡Y a todo esto se prevé que llegarán todavía los migrantes! El conductor está un poco preocupado al respecto. Por el momento está contento cuando logra atender a los turistas. Pero eso lo hace con facilidad y dice que ya está pensando con alegría en la próxima vez. ¡Y nosotros también!

     

    Franziska Sörgel
    Übersetzung: Antje Linnenberg

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