• Periodismo y miradas desde dos culturas...

    Mucha luz y una nueva Suiza

    El nombre del evento me sonó primero a documento emitido por una autoridad cristiana: “Resolución de adoración eterna”. Inmediatamente pensé que con ese título no encontraría ningún acompañante para asistir, especialmente porque adoración eterna suena compleja y larga en el tiempo.

    Pero es muy diferente. En alemán, la palabra Beschluss tiene dos significados: a veces alude a una decisión oficial (resolución) y otras a un fin ceremonial (conclusión). Por ejemplo, una premiación es la conclusión de una competencia, mientras que la celebración de la Pascua es la conclusión de la Cuaresma. La situación aquí es similar: al finalizar una tradición de varios días de oración, en varios pueblos de fränkische Schweiz se celebran impresionantes procesiones que atraen a turistas de toda Alemania. La particularidad de esta zona turística denominada fränkische Schweiz (Suiza franca) es que se encuentra a medio camino entre Berlín y Múnich y que es casi tanto más bella como la propia Suiza. Lo especial de sus procesiones invernales es la gran cantidad de luces y fogatas que las acompañan. En todas las localidades los fieles llevan largas velas o teas en la mano, mientras que las ventanas y jardines de las casas están profusamente decorados con luces. En el pueblo principal, Pottenstein, la procesión pasa por arcos de triunfo iluminados y fabricados para el evento; arbotantes que fueron torneados, soldados o tallados en los últimos cien años por los mismos lugareños. El encanto especial del momento viene del paisaje. Las luces también se distribuyen sobre ella como si toda la naturaleza estuviera incluida en una oración de luz. En el mismo Pottenstein, que se encuentra en una estrecha cuenca de valle –rodeada por altos acantilados de piedra arenisca y coronada por un viejo castillo–, la impresión de la Pottensteiner Lichterfest (Fiesta de luces de Pottenstein) es aún más dramática porque en sus pendientes están dispuestas mil hogueras que se encienden una tras otra en el transcurso de la procesión.

    El pequeño grupo de viajeros que al final me acompañó se dividió en dos: unos estaban interesados en el efecto espiritual de la tradición, así que querían participar en las oraciones y caminar por el valle en la procesión de los creyentes para experimentar el pleno efecto de la ceremonia y también para iniciar el Año Nuevo con una experiencia espiritual especial; otros —entre ellos todos los niños y yo— preferíamos buscar un buen punto de observación para ver lo mejor posible. En la empinada ladera al frente del castillo donde nos habíamos ubicado, ya reinaba un alegre bullicio. Un puesto de vino caliente fue instalado al lado del camión de bomberos, pero el ambiente seguía siendo afecto a la devoción. Para iniciar el 2018 habían llegado 20.000 personas a Pottenstein, según informó la policía más adelante, a tiempo que especulaba si el gran número de visitantes se debía al clima templado o a la creciente popularidad del evento. Tal vez fue simplemente porque el 6 de enero cayó un sábado este año. La Fiesta de las Luces está firmemente atada a esta fecha que en el calendario cristiano es el Día de los Reyes Magos. Los niños que estaban conmigo venían de Colonia y preguntaban enseguida porque esta gran procesión de los Reyes Magos se realizaba en un pequeño pueblo franco desconocido y no en torno a la Catedral de Colonia, donde al final de la historia fueron a parar los Reyes Magos. En realidad en Colonia se festeja a los Reyes Magos el 23 de julio, fecha en que fueron llevados a Colonia hace 850 años, y el 6 de enero se celebra la Epifanía, sin que los niños tengan día libre en el colegio,  a diferencia de sus pares de Pottenstein en Bavaria.

    Faltaba poco para las cinco de la tarde, el final del último servicio divino y el estallido de las mil chimeneas que rodeaban las montañas, cuya cantidad y empinada ubicación habíamos admirado durante todo el día en nuestros paseos por el pintoresco paisaje rocoso del valle. Mientras conversábamos con los otros visitantes nos preguntábamos si nos daríamos cuenta del inicio de la procesión, estando nosotros tan alto.

    Una turista de Múnich resultó ser una verdadera conocedora de las costumbres. Nos contó que suele pasar el día de la Epifanía con la cruz ortodoxa griega junto al río Isar. En esa liturgia, la hermosa cruz de madera sería arrojada al río tres veces (¡en enero!) y rescatada de sus heladas aguas por jóvenes, para ser devuelta al sacerdote. En caso de que estuviésemos interesados en otros rituales católicos nos recomendó la Leonhardifahrt en Bad Tölz (Bavaria): con gran pompa, los propietarios de caballos y carruajes cargaban sus carros con mujeres, a éstas a su vez con aguardiente, y luego subían la colina con gran estruendo, para volver por la capilla y hacer bendecir sus caballos y a ellos mismos. Como mi hija me había contado esa misma mañana sobre su presentación sobre sacrificios humanos en el viejo Perú, la combinación de chicas alcoholizadas y montañas altas no despertaba asociaciones muy buenas en mí, así que no quería saber nada de tal costumbre. No todos los cultos parecen salvadores al principio.

    En este momento, las campanas de la gran iglesia del pueblo repicaron tan fuerte como si estuviésemos en la torre; la banda de instrumentos de viento empezó a tocar el primer canto procesional. Entonces, de repente, se nos hizo claro: en un país con campanas de iglesia, no hay razón para preocuparse por perder el principio. No nos perdimos nada, gracias a la ubicación en un valle rodeado de colinas. Cada palabra del predicador y cada estrofa de la canción resonaban tan claramente en las laderas  que los altavoces no podrían haberlo hecho mejor. Y algo sonaba más alto: el chisporroteo de las altas hogueras que resplandecían como fantasmas en las pendientes más remotas y escarpadas de las montañas. Según la oficina de turismo de la ciudad, 130 voluntarios, especialistas en incendios, apilan por año 100 metros cúbicos de leña para luego encender las hogueras, siguiendo un plan exacto. Descubrimos formaciones de fuego, cavernas iluminadas con bengalas y pilas de leña en llamas en los rincones más increíbles. Todo el valle cruje, arde y brilla como en una caverna mágica. Y al final nos tocó bajar para ver la procesión de cerca.

    Más tarde por la noche subimos juntos por el empinado sendero hacia nuestro alojamiento y volteamos nuestras cabezas una y otra vez hacía atrás para admirar alternadamente el cielo claro y estrellado, y las hogueras que se iban apagando. En total, habían pasado dos horas desde la resolución/conclusión de la adoración eterna. Así que todavía quedaba media eternidad  para terminar la velada con vino caliente, ponche y charla, y para que todos los demás huéspedes nos pudiesen confirmar que valía la pena Suiza, la franca.

     

    Franziska Sörgel
    Traducción: Antje Linnenberg
    Adaptación al español: Teresa Torres-Heuchel

     

     

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