• Periodismo y miradas desde dos culturas...

    Cosas de la vida

    Fue puesta sobre una fría mesa de funeraria y dejada al abandono en la esperanza de que realmente se muera. Total, ya había sido desahuciada. Carmen Pilar Chacón había llegado a esas instancias de su vida el martes 1 de agosto para saltar en las siguientes horas a la prensa con la noticia de que no estaba ni muerta y menos lista para ser cubierta de tierra. En la eterna lluvia de noticias políticas que baña Bolivia desde siempre una nota humana/inhumana sacude, despierta la sensibilidad y también el morbo, claro. Los titulares y contenidos develaban a una familia de piedra que, vestida de negro y camuflada de luto, se aprestaba a correr por la presunta herencia que dejaría la difunta… si esta se enfriaba del todo. Las notas retrataban a Carmen Pilar en sus días lejanos al desahucio, alegre en su traje de bailarina folclórica de 69 años. Una historia que desenterró otra que viví hace algunos años cuando fui testigo de una miseria semejante al otro lado del mundo. 2012 y yo estaba internada por un mal menor en Großhadern, una clínica en Munich, Alemania. Eran días de septiembre cuando llegó a nuestra sala una mujer de origen checo que transitaba los 70 y que había vivido en Alemania por más de diez años sin la necesidad de expresarse en alemán. Había dejado su patria para cuidar a sus nietos. En cuestión de dos noches, mi nueva vecina de cama pasó de estado delicado a caso terminal con el agravante de que la clínica no tenia una habitación libre como para poder cumplir con las normas del centro para las salidas privadas de este mundo, tal como establece el protocolo de los centros hospitalarios europeos.  Pero eso no fue lo último. Lo peor llegó en las siguientes horas cuando la mujer pasó de tener parientes a no tener más compañía que sus delirios y agonía. Había sido ingresada por su hija y yerno, según se comentaba en los pasillos, antes del diagnóstico fatal. Con el informe llegó el abandono, el desahucio familiar. Dicen que María Candelaria, la boliviana dejada en la funeraria, pasó su noche de pesadumbre llorando su infortunio; María Adamec, así se llamaba la checa desterrada, pasó sus últimas horas delirando su suerte y su muerte, con ojos desorbitados, secos de lágrimas y llenos de terror, hablando en checo, sin ser entendida por nadie; rezando el Otče náš casi con el aliento, sólo con la convicción de ser escuchada por el Creador. Lamentos casi inhumanos de quien sabe que ya no hay vuelta atrás y de que su muerte era espantosamente solitaria. Allí no hubo prensa, sólo abandono y miseria. ¿De carne somos? Parece que muchas veces también de sucio guijarro y helada lápida.

     

     

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