• Periodismo y miradas desde dos culturas...

    ¿Qué tan perdida está Colonia?

     Los magrebíes de la estación de trenes no eran médicos ni abogados que habían abandonado sus mansiones suburbanas por aburrimiento

    En realidad habría preferido seguir nuestro plan inicial de redacción y abocarme a describir un fin de semana de invierno típicamente alemán. Pero, en lugar de eso, hoy me referiré a los ataques que se dieron en Colonia en vísperas del Año Nuevo. Fueron alrededor de mil hombres, algunos de ellos extremadamente rudos, que aislaron a las mujeres de sus acompañantes para acosarlas, insultarlas, robarles y toquetearlas a gusto, tal como constata un informe oficial del Ministerio del Interior. Un fin de semana del idílico invierno alemán recién podrá darse cuando el turista tenga la impresión de encontrase en un lugar más o menos civilizado. Claro que los habitantes de Colonia quisieran también volver a tener esta sensación.

    Existe una frase de gusto amargo que dice: “Después, uno siempre lo sabe mejor”, una expresión a la que debería anticiparse una buena política de seguridad ciudadana. ¿La policía y el Ministerio del Interior habrían podido evitar la “noche del horror en Colonia”?

    © F. SörgelAntes de la Navidad, sucedía que siempre que quería validar mi ticket del tren urbano en la estación central de Colonia para regresar a casa, el aparato colocado para este fin estaba totalmente bloqueado por alguno de esos hombres denominados torpemente como “los africanos del norte”, después de los días de cobertura que sucedieron al evento. Invariablemente yo tenía que abrir mi billetera delante de sus ojos y pedirles, en varios idiomas, que abran paso. Menos mal que no estaba apurada por alcanzar el tren: ellos se movían muy lentamente. ¿Debería haber llamado entonces a la policía a causa de esos pequeños inconvenientes diarios? No, porque yo los tomaba por timoratos despistados y no por calculadores o por suponer un peligro público. Después de los hechos de la víspera del Año Nuevo, los tipos ya no están bloqueando los aparatos, y esa es una buena noticia.

    ¿Qué habría hecho el jefe de la policía de haber hecho todo correctamente? Hubiera tenido que tomar una matriz de riesgo y, en la lista, habría tenido que anotar todas las posibles catástrofes: “Ataques masivos en lugares públicos”. Hubiera tenido también que otorgar dos puntos: uno para la gravedad del riesgo y uno para la probabilidad. Si el resultado de estos puntos hubiera alcanzado un valor límite, entonces habría elaborado un plan de crisis y ejecutado una evaluación de recursos.

    La policía de Colonia siempre supo aplicar ese método para los caballos que se espantaban en los desfiles del carnaval. Cuando este año se anunció una fuerte tormenta para el carnaval, la policía abrió la matriz de riesgo y dijo: “Si se caen las tejas, no tendremos responsabilidades porque este es un riesgo cotidiano; sin embargo, si los caballos se disparan, no queremos asumir esa responsabilidad”. Entonces se tuvieron que sacar a los 500 caballos del desfile. Eso funcionó muy bien y, por lo tanto, creo que el manejo del nuevo riesgo de los magrebíes pronto también formará parte de la rutina de las fuerzas de seguridad.

    Sin embargo, lo que me preocupa es ese típico rasgo del colonés que ni quiere saber qué es lo que falta en esa matriz de riesgo. Lo que me decepciona es el hecho de saber que todos esos hombres vienen de países islámicos y que, además, estaban ebrios. Dentro mío había albergado la esperanza de que, un mayor número de musulmanes en el país, habría reducido el número de delitos por borrachera en Alemania. Qué lástima, me hubiese complacido mucho.

    ¿Qué otra cosa es diferente, después de la noche de Año Nuevo? Todas las amigas turcas de mi hija se esfumaron del ballet para niños. “Todas van ahora al karate. ¿Qué se pretende conseguir hoy con el baile?”, dijo una mamá. Pues qué pena. Había pensado que, en cuanto el ministro de Finanzas alcance su “cero negro” en Alemania, se volvería a pintar, bailar y hacer música en mayor medida. En lugar de eso, hoy están de moda los permisos para armas y la compra de armas. ¡En estos días uno tendría que tener acciones en la industria del gas pimienta! Ningún niño mayor a ocho y ninguna abuela se acercan al buzón de correo sin esa latita, aunque no sepan muy bien de qué lado hay que agarrarla. Seguramente que la prensa ya traerá divertidos titulares sobre este tema.

    ¿Qué más es diferente en Colonia? Durante los grandes eventos se tienen hoy zonas de protección del tipo “carpa para mujeres” donde poder correr a refugiarse en caso necesario. Por cierto, la catedral no es apropiada para este fin, dijo su preboste. Según una encuesta del diario Kölner Stadtanzeiger, realizada entre los reporteros extranjeros acerca de la impresión que les dejaba el ambiente en el centro, todo está “pacífico, sucio, como siempre”.

    Por otra parte, en muchos lugares se encuentran ahora este tipo de afiches: “Bolsos cerrados y ojos abiertos”. Es un eslogan que también podría ser originario del Perú. Lo de la “noche del horror en Colonia” es algo que se quiere evitar a toda costa en el futuro. En esa visión, tanto las asociaciones de mujeres como la policía se muestran optimistas. Más que a los turistas, esa decisión beneficiará –aunque tal vez a largo plazo– sobre todo a la sociedad alemana.

    © F. SörgelPrecisamente es la colectividad alemana la que de momento se atormenta con dos preguntas: Primero, ¿por qué esas decenas de mujeres que lloraban por la ofensa sufrida no lograron despertar en nadie una reacción capaz de sacar los carros lanza-agua del garaje y acabar con ese bandidaje, tal como sucedió algunos días después, sin problema alguno, durante una manifestación? Segundo, ¿por qué se cobra una multa de 20 euros a quien se anima a decir a un policía “du Mädchen” (*) y 4.000 euros por mostrarle el dedo del medio a una distancia de 10 metros? y ¿por qué, en cambio, no se cobra nada por apretar los senos de las mujeres y resoplarles en la cara “tú te lo buscaste, tú XXX…”?

    A propósito de la segunda pregunta, actualmente están siendo revisados los contenidos que darán forma a una ley que penalice todo aquello que suceda a un “¡NO!”, una vez que éste sea pronunciado. Hasta hoy el derecho penal alemán tiene un vacío en ese sentido y eso explica el comportamiento vacilante que se tuvo al inicio de la presentación de denuncias hechas por las mujeres afectadas. Aunque el mundo no lo crea, intentar demostrar acoso sexual es considerado hasta hoy como una pérdida de tiempo en Alemania. Sí, lastimosamente esto cierto.

    La asociación Weißer Ring (anillo blanco), que opera a nivel nacional, es experta en el tema. En Alemania, esta organización se hace cargo de víctimas de todas las formas de criminalidad y aplaude el valor de las mujeres que presentan sus denuncias. A pesar de que casi nunca existieron pruebas contundentes, y rara vez se pudo identificar al culpable –eso cambiará ahora con los drones–, el hecho no habría constituido un delito, en caso de que hubiese sido posible reconocerlo. En todo caso, las denuncias son muy importantes para poder reconstruir los acontecimientos.

    En una entrevista publicada por el periódico semanal DIE ZEIT, el ex policía Rainer Bruckert explica el viejo problema de los delitos sexuales no revelados, de una forma más clara, y señala que los policías experimentados “reconocerían de inmediato las denuncias falsas”. De momento existen alrededor de 800 denuncias relacionadas directamente con los “delitos grupales de violencia sexual” perpetrados en vísperas de Año Nuevo en la plaza ubicada al frente de la catedral de Colonia.

    Problemas con mujeres los tienen muchos y sabemos que toda la industria cinematográfica vive de esto. Sin embargo, no por esa razón se tiene que llegar a los niveles más bajos del machismo, tal como lo demuestran los hombres de la revolucionaria “liga de perdedores” de Japón que salieron a manifestarse con carteles que decían “aplasten la Navidad”. Ellos formaban parte de la asociación de “perdedores, en cuanto a mujeres” y consideraban que la fiesta del amor los discriminaba; por eso demandaban apoyo para hombres no amados. Bajo esa modalidad los magrebíes podrían salir a manifestarse  a futuro frente a la catedral de Colonia. Para esto ni siquiera se sacarían los carros lanza-agua de los parqueos.

    Por si alguien quería saber si el gobierno alemán deseaba o no suprimir intencionalmente la cubertura mediática a fin de no arriesgar su política pro refugiados: no es ningún secreto que, en ese momento, los acontecimientos no cayeron nada bien entre la clase política y que muchos habrían deseado que la realidad fuese diferente.

    Pero también es cierto que los magrebíes de la estación de trenes no eran médicos ni abogados que habían abandonado sus mansiones suburbanas por aburrimiento. Por lo tanto, bien se podrían diferenciar los perfiles de los actores, su estatus económico y social, y no solamente considerar sus nacionalidades y religiones. Desde ese punto de vista, la cobertura de los medios ya no tendría efectos tan polarizantes en el contexto político.

    Probablemente Colonia no cambiará mucho para los turistas. En todo caso, lo que ya no se venderá muy bien como souvenir serán las tazas con la frase „Et hät noch immer jot jejange“ /Al final de cuentas, siempre salió bien.

    (* Según el catálogo oficial de multas en Alemania)
    Franziska Sörgel
    Traducción: Antje Linnenberg
    Adaptación: Teresa Torres-Heuchel

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